Era septiembre de 2001; la pesadilla había regresado y esa vez no eramos conscientes de que en los primeros compases de juego prometeríamos regresar a esa ciudad, aquella que desde 1999 no dejaba de aparecer en nuestros sueños más inquietos: Silent Hill.
«En mis sueños más inquietos, veo esa ciudad. Silent Hill«
Silent Hill fue demoledor, rompedor en una primera instancia y revolucionó la expresividad humana en el videojuego mostrando nuestras carencias de una forma nunca antes vista. Silent Hill apareció para mostrarnos las debilidades psicológicas a las que nos vemos sometidos los humanos en tiempos de crisis… ¡Y vaya crisis! Pues esos mares de niebla y esas largas y solitarias calles no reivindicaban más que la pura soledad y la incomunicación, dos temas estrella a los que hoy me remito en estos «tiempos pandémicos», tiempos donde los aplausos rompen lo que Simon y Garfunkel llamarían El sonido del silencio.
Silent Hill 3
Cada año, miles de familias viajan hasta sus respectivos pueblos para disfrutar de las vacaciones de semana santa. Este año, por las diversas causas víricas que comprometen el desplazamiento, todos hemos tenido que traer el pueblo a casa, y sí, me refiero al pueblo de ese mapache ruin y avaricioso.
Pero, al mismo tiempo, un servidor también ha tenido largas madrugadas de insomnio para pensar y recapacitar en otro pueblo muy diferente, una ciudad más bien; una que, como dirían los principios empíricos, es una hoja en blanco esperando a ser rellenada. Yo he visitado Silent Hill 3, y hoy os contaré que relación guarda con mi cuarentena particular.

¿Como podría definir esta otra joya de la saga con palabras? Yo la identificaría, mientras tengo en cuenta a las demás maravillosas entregas numeradas, como un trance existencialista entre las densas arenas movedizas de la soledad y la introspección.
Si, algo bastante intensito… pero que no se aleja del día a día de muchas de nuestras madrugadas en confinamiento, noches donde la oscuridad se apodera del cuarto, los sonidos metálicos del cielo se propagan por el aire y, constantemente, notamos esa falta de contacto que no nos deja dormir. Esos recuerdos de amigos o familiares son tan reales como intangibles. Nos percatamos de la crudeza de la incomunicación, el no poder enamorarnos de una sonrisa o el simple hecho de tener que recordar a aquellos que no están y de los que no nos hemos podido despedir.

Una crudeza edulcorada con los particulares sonidos de Akira Yamaoka o con los entes aberrantes de Masahiro Ito que en el juego lucen de fábula, pero que no son más que una entre muchas formas de representar el aislamiento. Aislamiento dónde podremos coger el metro, por ejemplo, y dónde nos daremos cuenta que no es el salir a coger el bus lo que echamos de menos, si no la propia interacción humana que acompaña a todo eso. Porque esa es la clave de Silent Hill: la deshumanización.
Pero… ¿Qué tiene que ver la experiencia Silent Hill con la soledad?
Heather Mason
Silent Hill 3, y la saga en general, son juegos que no hablan propiamente de la soledad, son juegos que juegan y disponen sus elementos narrativos en torno a la misma. Su atmósfera es soledad, y lo más importante de Silent Hill 3 y la razón de que este sea el protagonista del artículo, es la relevancia de su personaje principal, Heather Mason.
Y sí, todos aquellos que hemos jugado al juego sabemos el verdadero nombre de Heather y su verdadera función, pero el juego no habla de Cheryl. El juego nos presenta a una desconocida Heather que no sabe dónde está, no sabe salir de los laberintos de su mente y además, para concretar, se haya sumida en una crisis de identidad de tres pares de narices.
Nuestro confinamiento y Heather están muy relacionados, nuestro desconocimiento interior se apodera de nosotros en los momentos de duda, en los momentos más oscuros y tenebrosos, pero sobre todo en aquellos momentos en los que estamos solos e incomunicados, momentos en los que no queda otra que la introspección, igual que le pasa a Heather.

El existencialismo de Sartre cuenta que nosotros, los seres humanos, consideramos la propia existencia sobre el mismo significado y esencia de la misma, algo con lo que en parte estoy de acuerdo, pero también es cierto que nosotros, en este propio acto que es el tratar de existir frente a una pandemia global, ponderamos cada pensamiento introspectivo sobre el significado que tienen los demás en nosotros, algo que el empírico Silent Hill 3 deja completamente en blanco para que así, nosotros, demos significado a los vacíos de nuestra propia mente.
Avanzar por nuestros propios pasillos
Ya hemos comentado el concepto, la relevancia de nuestra identidad, algo reflejado en la protagonista y su nombre, esa nomenclatura humana para etiquetarnos mutuamente.
Pero… ¿Qué pasa con el gameplay?
Más centrado en la linealidad del terror que en el puro survival de los anteriores, sigue siendo muy entretenido, pero además también tiene ese subtexto que caracteriza cada decisión creativa del equipo que tiene detrás. Es divertido enfrentar a monstruos, es divertido ir encontrando nuevas armas y nuevos jefes finales, pero también es lógico ignorar a nuestros enemigos y simplemente avanzar, algo que el juego te permite porque tiene todo el sentido del mundo.

Es la perfecta metáfora que relata el enfrentamiento contra nuestros demonios levantándonos y siguiendo hacia delante. Otra cosa es la veracidad de este mismo hecho y de si es real la aparente facilidad con la que nos lo pintan.
Y es que se pueden decir tantas cosas de este cuaderno perfectamente maquetado que es Silent Hill… Incluso podríamos hablar de la presencia del dilema del erizo de Schopenhauer en Heather, algo que cualquier fan de Neon Genesis Evangelion recordará.
Pero haré algo diferente y dejaré estas líneas en una especie de final abrupto, unos puntos suspensivos que den pie a el ejercicio de reflexión que pueden albergar ciertos videojuegos con nuestros pensamientos más íntimos. Silent Hill 3 ha sido mi musa para escribir esta reflexión, ha sido a quien le he dedicado mis madrugadas, mis reflexiones y los instantes más oscuros de mi confinamiento.
¿Cuál es el juego al que le habéis exprimido toda esta descarga emocional? Sin duda cada mente funciona diferente, y hay tantos videojuegos como emociones. Afrontemos jugando este estado de incertidumbre en el que nos tiene sumidos «el bicho«, ese que nos tiene en un aislamiento que nos desvela por las noches, nocturnidades acompañadas de sonidos metálicos y una bruma que solo puede proceder de aquella ciudad que se haya sobre una colina.
Y es que… «En mis sueños más inquietos, veo esa ciudad. Silent Hill.»