El mundo de la saga Diablo siempre ha sido muy profundo, plagado de historias y detalles. Podemos conocer las guerras de los clanes de magos, el origen de los hombres cabra o las hazañas de Bul’ Kathos y los bárbaros del Monte Arreat, y eso sería una ínfima parte de su lore. Pero la historia que se cuenta en los juegos no suele estar especialmente elaborada, aunque nos rodeemos de personajes tan carismáticos y memorables como Tyrael o Deckard Cain, la trama no va más allá de narrar los eventos que ocurren.
Diablo IV, al igual que sus predecesores, es un juego que se disfruta más allá de la trama principal. Su jugabilidad se basa en construir un personaje cada vez más potente y que sea capaz de aniquilar los males de Santuario con la mayor rapidez y facilidad, para así conseguir mejor equipo y repetir el bucle. Es esa escalada de poder la que nos proporciona el mayor número de horas jugables, por tanto, tiene sentido que la historia, a pesar de ser interesante, no estuviera elaborada enormemente, puesto que la función narrativa de estos títulos no era la principal.
Sin embargo, con Diablo IV he notado que hay cierta intención en contar algo más. He conseguido vislumbrar una serie de temas en la trama que sigue nuestro héroe y hacen que el modo campaña tenga peso por sí mismo, y no quede reducido a una historia necesaria para llegar al “verdadero juego”. Trata varios temas y nos los cuenta, de manera más o menos explícita; incluso dejando, por así decirlo, alguna moraleja.
Dentro de esos temas, que trata esta última entrega, hay uno que me ha parecido que destaca por encima de todos: las relaciones entre padres, madres e hijos. Aunque esto no es del todo cierto, puesto que el tema que realmente vemos es la relación entre maestro y discípulo. Porque nuestros padres y madres, entre muchas cosas, también son nuestros maestros; pero también forjamos ese vínculo con otras personas: familiares, profesores, compañeros, parejas… Dando lugar a un vínculo, y unos sentimientos, en ocasiones más fuertes que la relación familiar, pudiendo llegar a sustituir a este último, y que de romperse son enormemente dolorosos.
Acompáñame en un recorrido (¿y por qué no decir? en un sobre análisis) por parte de la historia de Diablo IV. (evidentemente a partir de aquí hay spoilers de la historia principal, incluido el final)
Acto 1 La Madre
Es obvio quién es la figura que encarna a la madre en este título. Lilith es la antagonista principal y es conocida como la Madre de Santuario. Cuando vuelve a aparecer en este mundo, durante los eventos de Diablo IV, comienza a atraer a adeptos, de manera dogmática, y los trata como a sus hijos.

Es importante entender el pasado de Lilith para comprender mejor su figura. Es la hija de Mephisto, señor del Odio, por eso se la conoce también como la Hija del Odio. Huyó del conflicto eterno junto a otros demonios y ángeles para crear Santuario. De esta unión de razas nacieron los humanos primigenios, que, debido a su enorme poder, fueron vistos como una amenaza y se consideró su exterminio. Lilith se adelantó y masacró a sus compañeros para salvar a “su prole”, aunque no todos eran hijos directos suyos.
Tanto en el pasado como ahora, vemos a Lilith actuar como una madre, pero tal vez demasiado pasional, sin apenas juicio y siendo sólo permisiva con sus hijos e hijas. Realmente, como se aprecia en Diablo IV, no les proporciona ninguna guía, más allá de la necesaria para cumplir su plan personal. Les deja libres “para que pequen”, no les aporta ninguna enseñanza. Es madre, pero no maestra, no forja vínculos, sino dependencia. ¿Y realmente es una madre que no sabe o verdaderamente es todo mentira? Sea como sea Lilith no es una madre, es la Falsa Madre.
Durante el Acto I de la historia conocemos a una muchacha llamada Neyrelle, la cual está intentando rescatar a su propia madre. Es curioso el paralelismo que encontramos aquí: nosotros, siguiendo los pasos de Lilith, la Madre de Santuario, vamos por el mismo camino que Neyrelle que va tras su propia madre. Acompañados de ella descubrimos que no es sólo su madre, sino también su maestra, ya que juntas viajan y estudian a los Horadrim. Su madre le ha enseñado todo lo que sabe y le ha contagiado su sed de conocimientos. Sed de conocimientos que se convertirá en una perdición.

Atraída por las promesas de conocimiento de Lilith, la madre de Neyrell cae en una vorágine de locura que la llevará a atacar a su propia hija, y tendremos que acabar matándola. Lilith, quien se supone que encarna la figura de la madre y de la hija, es la culpable de cercenar una relación madre-hija, rompiendo esos vínculos tanto los de sangre, como los creados al compartir un camino y unas enseñanzas. Neyrell queda huérfana, de madre y mentora.
Mientras tanto, Lilith estaba visitando a su hijo, Rathma, al cual encuentra muerto. Es aquí donde se verifica la figura de Lilith como una falsa madre. No había ido a visitarlo por afecto, sino porque necesitaba algo que él tenía. Las emociones que siente Lilith ante el cadáver de su hijo nos revelan sus verdaderas intenciones. La aparente pena, deja rápidamente paso al odio (por algo es la hija de su padre), pero es un odio que deriva de la frustración de parte de su plan. Asume que su hijo querría participar en él. Volvemos a ver a una madre que sólo otorga lo que ella cree correcto, siendo egoísta.
Hay un detalle importante que nos lleva al siguiente punto: el asesino de Rathma es Inarius, su padre.
Acto 2 El Padre
Al igual que Lilith representa la figura de la Falsa Madre, el ángel caído Inarius es su homónimo masculino, el Falso Padre. Era la pareja de Lilith en el momento de la fundación de Santuario, pero al contrario que Lilith, siente un total desapego por los que podríamos considerar sus descendientes; estuvo considerando la posibilidad de exterminarlos, incluido a su hijo. Fue detenido por los actos de Lilith, pero al final, acaba matando a su hijo, el acto más atroz que puede cometer un padre.

Milenios más tarde, fundó la Catedral de la Luz, de la cual es el patriarca y sus fieles le llaman Padre. Este culto no surge de manera altruista por parte de Inarius, ni para ayudar y guiar a los humanos, es una contramedida al falso culto que crearon los demonios. Empleó a sus seguidores, sus descendientes, como herramientas, incluso provocando una guerra religiosa. Actúa como Lilith, son caras de la misma moneda, una pasional, el otro frío, pero son progenitores autoproclamados, que no proporcionan nada a sus vástagos, solo palabras vacías que desembocan en sufrimiento.
Pero en el Acto II del juego sí que encontramos a un padre de verdad, quien también es mentor de su hijo. Doran es un antiguo Horadrim y un representante de la Catedral de la Luz de Inarius. Ha llevado su influencia a otras tierras y ha forjado una comunidad en torno a la institución religiosa, con el fin de ayudar. Es esto último de lo que más ha bebido su hijo, pero a diferencia de su padre, no ha tomado el camino de la erudición, sino uno algo más marcial, pues quiere convertirse en un caballero penitente, la tropa de élite de la Catedral de la Luz.
Estas diferencias provocan tensión entre ellos, pero son producto del amor que se siguen teniendo y de los deseos de Doran de proteger a su hijo. Aun así, confía en él y el camino que ha elegido. Por desgracia, este acaba muriendo por culpa de los actos de Lilith. Doran se considera culpable de la muerte de su hijo, siente que ha fallado, cuando realmente es todo lo contrario. Le ha enseñado bien, le ha respetado, se ha preocupado por él y ha criado a un hijo bueno y compasivo. Es aquí donde vemos otro contraste con Inarius.

Inarius es el causante directo de la muerte de su propio hijo, a sangre fría, sin remordimiento. Mientras que Doran, aunque ha educado a su hijo todo lo bien que ha podido, se siente el culpable de su muerte. Esto resalta la figura de Inarius como Falso Padre y de alguna manera le podemos acusar de la muerte del chico, no de una manera tan directa como a Lilith de la madre de Nayrelle, pero sí por ser el creador de una fe vacía, una herramienta egoísta, que está más basada en el dogma ciego y el fanatismo. Estos se contagian al chico que, sin estar enajenado, es influenciado por estos sentimientos creyendo que su fe le salvaría, creyendo en la Catedral de la Luz, en su patriarca.
Acto 3 El Maestro
Como hemos podido ver, la figura del maestro está presente desde el principio del juego. Eso sí, junto con el papel de madre o de padre. Pero si hay un personaje que encarne al maestro en todo su esplendor y, por qué no decirlo, decadencia, ese es Lorath Nahr. En Diablo IV lo encontramos como un ermitaño gruñón, pero los veteranos de Diablo III le recordarán como el joven y alegre Horadrim que nos acompaña y que se preocupaba por los problemas intestinales de Tyrael.

Su versión actual, más mayor, ha cambiado: es más huraño y está a punto de tirar la toalla del todo. Su actitud se debe a que el vínculo con su aprendiz se rompió. Elias, esa figura misteriosa que trae de vuelta a Lilith y a la que perseguimos por medio Santuario, es el antiguo aprendiz del Horadrim y abandona a su maestro, en parte, por la influencia de Lilith. Esto deja a Lorath destrozado moralmente, siente que ha fallado y que, por su culpa, su alumno se ha ido “al lado oscuro”, como Anakin abandonando a Obi-Wan. Piensa que podría haber hecho más, que ha fallado como maestro y amigo.
Es ese pensamiento de culpa lo que lleva al viejo Horadrim a actuar de una manera tan implacable. Lorath está obsesionado con detener a Elías, incluso matarlo, pues se considera responsable de los actos atroces que este está cometiendo. Siente que son sus enseñanzas y su mano las que han guiado a Elías hasta este punto, ya sin retorno, y él tiene que enmendar esos errores de la forma que sea. Por eso, le encontramos borracho cuando intenta localizarlo, porque le cuesta digerir todo esto y no sabe gestionarlo. Sabe que tiene que matar a su propio discípulo, cortar ese vínculo, algo durísimo, y por eso tiene remordimientos. No como Inarius que mata a su hijo con total frialdad, porque ahí no había nada.

Será Neyrelle quien traiga de nuevo esperanza a Lorath y Doran. La muchacha conoce primero a Doran, con el que choca inicialmente, por diferentes motivos, pero podemos ver que al final son complementarios: ella ha perdido a su madre y mentora y él a su hijo y, hasta cierto punto, aprendiz. Ambos han perdido a sus seres más queridos en el conflicto provocado por Lilith, pero podrían establecer una relación maestro-aprendiz que por lo menos les reconforte y rellene un pedacito del vacío que se les ha quedado. Pero eso sería demasiado bonito, y en Santuario no hay lugar para cosas bonitas, solo miedo, odio, destrucción y muerte.
La muerte de Doran nos deja sin esta relación utópica (por cierto, muerte fatalmente llevada: se muere fuera de plano y de manera ridícula), pero Neyrelle no se queda sin guía. Lorath ya se había postulado como maestro para ella. A pesar de su actitud amargada y la traición de Elías, quien ha enseñado alguna vez no puede dejar de hacerlo. Se forja una relación entre Lorath y Neyrelle de manera natural, a través de la interacción entre ambos. Vemos como el Horadrim entiende sus errores como maestro, y trata a su nueva aprendiz de manera diferente. Porque un buen maestro tampoco debe dejar de aprender nunca.
Aunque la relación maestro-aprendiz no se formaliza, sí que se va creando. En un punto de la historia, la vida de Neyrell está en peligro, su única posibilidad de que sobreviva es cortando su brazo, acto que realiza Lorath acompañado de la frase “No te fallaré”. Hay veces que para ser buen maestro hace falta ser duro, severo y tomar decisiones desagradables, cosa que no hacen ni Inarius ni Lilith, que directamente o pasan o les permiten todo a “sus discípulos”.

Este vínculo que se va formando no llegamos a verlo cumplido del todo. Entra en escena un personaje, o mejor dicho, un poder que interrumpe la relación maestro y aprendiz: Mephisto, Señor del Odio. Neyrelle toma la decisión de ir con él en solitario, dejando a Lorath, no sin antes dejarle una carta de despedida, que parece más un hasta luego. La relación de Mephisto con su hija Lilith no es para nada buena ¿Tal vez Neyrell tome ese papel de aprendiz que su hija díscola no ha cumplido? ¿En un futuro contenido tendrá Lorath que luchar para recuperar a Neyrell de las garras de Mephisto? Lorath la deja marchar, por ahora, tal vez, intentando enmendar un error que cometió con Elías: la falta de confianza.
Acto Final
Como podemos ver las relaciones maestro-aprendiz están presentes entre los personajes principales de la historia de Diablo IV casi de manera permanente, algunas salen bien, otras mal, pero es parte de la dinámica mediante la cual se relacionan. He dejado casos sin contar o sin profundizar, como Taissa y su maestra, o la relación de Mephisto con Lilith, así como el papel de la Madre Pavra o de Elías, como consortes de los Falsos Progenitores. Las relaciones maestro y discípulo se solapan con la visión de madre y padre que se tiene de Lilith e Inarius, siendo en muchas ocasiones los causantes de que estas relaciones se rompan, como ocurre con Elías y Lorath o con Taissa y su maestra.
Los vínculos que formamos suelen ser más poderosos que los que vienen dados por defecto, en este caso, la relación entre un maestro y su discípulo puede ser más profunda que la de una madre o padre con sus hijos, si los primeros no han ejercido también como mentores. Tal vez idealizo un poco la figura del maestro, por mis propios motivos personales, pero creo que en Diablo IV se le da una visión interesante. Vemos sus momentos más bonitos, sus momentos más duros y horribles, los fallos, los aciertos… Y vemos que los personajes son personas, que aprenden y evolucionan.
Creo que una historia es buena cuando nos quiere contar algo, no solo hace que los personajes realicen actos sin más, sino que hay una razón y un mensaje de fondo. Diablo IV, en mi opinión, ha sabido hacerlo, tratando este tema y otros tantos, que aquí no menciono. Por tanto, considero que aquí se ha conseguido elaborar una historia que, si no es la mejor que se haya hecho, sí que es digna de ser jugada.
«You traveled a long way to be disappointed, young scholar. Life has taught me well that evil is inevitable and can never be truly destroyed. It can be banished, it can be thwarted, it can be driven back, but only for a time. Men are weak, evil is seductive, and those who would do nothing in the face of malevolence are cowards. You seek a weapon against the Darkness rising in Sanctuary. The only thing I can arm you with is knowledge, so when evil finds a foothold and flourishes once again, at least I can say it was not due to ignorance.» – Lorath Nahr