A pesar de que mis partidas durante estos últimos días se han resumido a intentar subir de división en League of Legends estando en una división totalmente lamentable que ni siquiera merece ser nombrada, en mi cabeza un tema hacía igualmente ruido, un tema que también podía tener relación con la obra de Riot Games, aunque surgió a raíz de que he vuelto a jugar a Elden Ring, aunque a mi ritmo: la inmersión y cómo nos afecta mientras jugamos.
El no forzarse como punto clave de la inmersión
Vivimos en la época donde los números lo son todo y es algo que he dicho muchas veces. No se mira el interior, sino el exterior, y el exterior hoy en día son las horas que dura o su nota numérica media.
A donde quiero llegar con esto es que desde hace mucho vivimos dentro del pensamiento social de ‘para amortizar 70 euros un juego tiene que durar cuantas más horas, mejor’. Y esto no debería ser así.
Hace nada he vuelto a Elden Ring, un juego que me había costado jugar tanto por las expectativas de juego que debía tener (sesiones larguísimas e intensas que debían encantarme todas ellas) como por la experiencia que efectivamente estaba teniendo por cómo jugaba (hasta que cambié algo el chip, me obligaba a mirar cada esquina, sin que me llamara la atención visualmente o me interesara realmente ir, por lo que no disfrutaba lo que hacía).

Honestamente me jodía no estar disfrutando Elden Ring como el resto de personas. Sí que es cierto que, para mi tranquilidad, tanto famosos como gente de mi entorno han experimentado el que yo llamo el efecto de salida, es decir, salió el juego, y conforme iban jugando, la cosa se iba desinflando hasta que se cansaron, les pillara donde les pillara. No tanta gente ha estado gozando 100 horas seguidas del mismo modo.
En mi caso es que, simplemente, no terminé de conectar con el ritmo pausado del juego, ya que, al fin y al cabo, los Souls siempre han sido juegos en los que te sentías violentado constantemente, ya fuera en un castillo pasillero como en una ciudad amplia. Podías cruzar una esquina y encontrarte con un enemigo que te hiciera cagarte encima. Eso no me pasaba en Elden Ring.
El GOTY 2022 tiene amplias praderas donde sentirse seguro gran parte del tiempo, pues su amplitud es tranquilizadora y sus enemigos débiles, por lo que, para mí, el reto reside en mazmorras, castillos o minas. Es como si el juego se dividiera en dos totalmente distintos.
El caso es que he vuelto a jugar hace poco, eso sí, a mi ritmo, ya que lo mismo puedo llevar una semana sin tocarlo hasta que lo vuelva a hacer. He vuelto a jugar obviando prácticamente la parte de exploración, tomándome estas praderas (aún no he pasado del gran lago tras el castillo) como un nexo entre zonas que me interesen: lo que me encuentre, bien. Lo que no, también.
Esto ha ayudado a mi inmersión en el juego, ya que, al fin y al cabo, aquí venimos a disfrutar, y si algo no nos gusta, no lo hacemos. Es una manera más de tomarse el videojuego.
Cosa distinta me ha ocurrido con Death Stranding. Vale que ni Hidetaka Miyazaki ni Hideo Kojima son los autores más mainstream del mundo, aunque mi opinión personal es que la obra del padre de Metal Gear es mucho más personal y menos convencional que lo que pudiera ser un juego, al fin y al cabo, de fantasía medieval.

Death Stranding es un juego lento. Su gameplay consiste en caminar de un lado para otro sobreviviendo a las inclemencias de la naturaleza, como pueden serlo las precipitaciones o las elevaciones del terreno. Este juego es lo directamente opuesto a juegos como Skyrim, en el cual podíamos subir una montaña de prácticamente 90º a base de pulsar A y tirar para adelante. En Death Stranding una pequeña cuesta puede ser muy chunga con la carga suficiente.
El caso es que Death Stranding me interesa muchísimo por su historia. Lo que te llama a seguir jugando es saber qué se está escondiendo. Pero claro, para ello tienes que caminar, y caminar, y caminar más aún.
Lo que no me termina de cuajar de Death Stranding es su ritmo. Los tramos entre zonas de caminata y continuación de la historia me parecen demasiado espaciadas y a mí personalmente no me terminan de encajar por mis propias preferencias.
Sin embargo, y a pesar de esto, el simple hecho de estar inmerso en Death Stranding, con su BSO, sus paisajes y, en definitiva, su tranquilidad, hace que la experiencia sea totalmente gratificante si no buscas avanzar, sino, simplemente, disfrutar el momento. Y eso hace que la obra de Kojima sea muy meritoria.
El estrés y la ansiedad y su relación con la inmersión en los videojuegos
Mientras los casos recién expuestos son totalmente personales, lo que aquí voy a expresar me parece un asunto totalmente objetivo que afecta a más gente de lo que pensamos. Aquí es donde juegan el estrés y la ansiedad.
Y es que no nos permiten estar inmersos en un juego al poner en nuestra mente constantemente que estamos perdiendo el tiempo. Que siempre podremos estar haciendo algo más productivo que jugar a un videojuego. Que podremos adelantar cosas. Pero no va así.
Debemos entender que sí, hay cosas que nos conviene quitarnos cuanto antes, mejor, como puede ser trabajo que nos llevamos a casa, estudiar un examen difícil o echar la solicitud para las prácticas cuanto antes, mejor para echar las horas que toquen. Sin embargo, y en el caso específico de estudiantes y trabajadores cuyo ‘horario de oficina de 7 a 15’ no es el único trabajo que tienen que echar, hay que tener en cuenta que por la mañana nos estamos desgastando también. No podemos esperar levantarnos a las 6.30, llegar a las 14.00, comer y seguir así hasta la hora de dormir. Eso no es un humano, es una máquina. Y nosotros somos humanos.
Si estás descansando, descansa.
Por suerte, no todo tiene el mismo orden de prioridad. Cada cosa urge más o menos, así que haz una lista con todo lo que tienes pendiente, establece para cuándo hace falta y cuánta importancia tiene. Y si algo no es de extrema urgencia por lo próximo que esté tu obligación o por lo complicado que sea realizarlo, simplemente tómate un descanso. Y si estás descansando, descansa. No vale estar viendo un capítulo de una serie con los ojos y con la cabeza haciendo números de cuántos temas tienes que estudiar el día X, porque eso no sirve para nada.