Es increíble como algunas imágenes de cuando éramos pequeños pueden permanecer en nuestros recuerdos tantos años después. Muchas veces se quedan impresos sucesos de forma totalmente involuntaria, pero el caso es que permanecen de una forma realmente vívida, con sensaciones e incluso ruidos u olores. En mi caso, pocos recuerdos relacionados con los videojuegos los conservo de una forma tan vívida como aquellos que tienen que ver con Pokémon. Concretamente, recuerdo la elección más difícil que tomé en aquellos años como videojugador, aproximadamente con nueve años. Y no, no fue elegir quién sería mi el primer compañero Pokémon de mi vida, fue antes incluso que eso.
Recuerdo estar en el Alcampo de mi barrio frente a dos juegos de Game Boy: en uno aparecía Blastoise amenazante con sus cañones de agua; en el otro Charizard se alzaba imponente listo para el ataque. Le dije a mi padre que fuera yendo a por la compra que necesitaba mientras yo tomaba una decisión; las veces que me leí la descripción de la parte de atrás, las vueltas que le di en la cabeza a qué edición debía escoger, lo genial que lucían ambas criaturas… media hora después, mi padre me encontró en la misma posición en la que me había dejado, ante dos carátulas de videojuego, incapaz de elegir qué juego llevarme. Es un recuerdo que me hace sonreír siempre que lo invoco. Finalmente, Pokémon Azul fue el primer título de la serie que jugué, pero no sería el último. Mi aventura acababa de comenzar.
Un fenómeno del que no se podía escapar
Me vais a permitir un poco de idealización de los 90 para darle ambientación al texto: corrían los locos años 90 en Madrid, 1998 para ser exactos. Punky Brewster y Salvados por la Campana lo petaban en Antena 3 en el Club Megatrix por las mañanas, los Bollycaos aún tenían la receta buena y el mayor entretenimiento que había en los centros comerciales era escuchar música con unos cascos que usaba todo el mundo para escuchar los CDs del momento. La revista Nintendo Acción comenzó a anunciar la llegada de un juego japonés llamado Pokémon; prometía un juego revolucionario en el que vivir aventuras junto a 151 criaturas. La importancia que se le dio al título en cuestión fue tal que la revista empezó a incluir un suplemento llamado Revista Pokémon en el que incluía rumores, trucos, consultorio y las noticias relacionadas con la franquicia.
Era imposible que Pokémon no triunfara. En aquella época jugar a videojuegos no estaba tan generalizado como actualmente, era un auténtico nicho. Eso se extiende al resto de actividades que realizaban los niños de la época. Sin móviles ni consolas extendidos de forma mayoritaria, primaba el entretenimiento relacionado con el parque después de clase, los deportes o los juguetes. La promoción del juego comenzó a llegar desde todas las perspectivas posibles. El juego se estrenó en 1998 en España, y en cuestión de dos años comenzaron a llegar los videojuegos, los tazos en las patatas (que eso fue una auténtica droga), la colección de cromos, el juego de cartas… pero sin duda, como suele ser habitual en estos casos, lo que catapultó la serie a lo más alto en cuestión de entretenimiento infantil fue la emisión en abierto en Telecinco de la serie de animación.
No puedo evitar sonreír al recordar como llamé a Roberto, uno de mis mejores amigos de clase, nada más terminar de ver el primer capítulo de la serie de animación, cómo nos había impactado ver a esos seres moviéndose y realizando los ataques que en el juego solo podíamos imaginar. Os recuerdo que en Pokémon Rojo/Azul los bichos no tenían animaciones, tenían un único modelado, y los efectos para los ataques eran realmente paupérrimos; dependía en gran medida de nuestra imaginación, y vaya si nos hacía vivir aventuras. Solo sé que, a partir de ese momento, se empezó a ver como el número de niños que se reunían en corrillos a ver jugar a Pokémon, intercambiar criaturas con el cable Link, o incluso a retar a otros niños en el recreo como si estuvieras caminando por una Ruta de Kanto.
Si veías la tele, los anuncios y la serie estaban ahí. Si ibas al parque, los niños estaban jugando con los tazos o las cartas. En los recreos empezaron a hacerse intercambios y combates en diferentes formatos con los Pokémon. Incluso había pseudo-batallas de gallos para ver quién recitaba más rápido los míticos Poké-raps. La película de Mewtwo Contraataca supuso también un éxito arrollador, en la que además regalaban una carta exclusiva de Mew. Es imposible no recordar con cariño aquellos días.
El poder de la nostalgia
Puede que no haya mucha gente que lo sintiera así, pero a mí Pokémon me ayudó mucho en el colegio. Yo era ese niño asmático y empollón con el que se metía todo el mundo; el que elegían último si reunía el valor de pedir si podía jugar al fútbol con el resto de compañeros de su clase, el que tenía que pedir perdón por no saber jugar a un deporte que ni siquiera gustaba. El que siempre acababa en un banco de piedra leyendo un libro o jugando él sólo con la maquinita.
La ausencia de información que había en la época, que favorecía ese espíritu de compartir aventuras que ya buscaba Miyamoto en Zelda, se ha perdido
El hecho de que Pokémon triunfara de esa forma y se convirtiera en algo tan masivo me permitió integrarme de una forma más sana con el resto de niños. Incluso podía llegar a demostrar que podía ser bueno en otras cosas que no fueran el deporte, ya fuera con la consola o con los tazos. Me acuerdo incluso que, en una ocasión, mi habilidad con los tazos me permitió impartir justicia recuperando en un combate de tazos, con muchos espectadores, un tazo muy importante que le habían quitado a un compañero. La victoria contra Gonzalo (vítores incluidos) fue uno de los momentos más especiales que recuerdo de mi infancia. Y fue una fiebre que se mantuvo durante mucho tiempo, algo que me permitió integrarme y establecer amistades que de otra forma hubiera sido imposible sin un nexo en común tan fuerte.
Sin entrar a valorar cómo son las primeras generaciones y las actuales a nivel de videojuego (aunque mantengo que Pokémon Oro/Plata son los mejores Pokémon que he jugado nunca), me resulta difícil creer que las actuales generaciones puedan vivir el fenómeno de Pokémon como se vivió en aquella época. La cantidad de estímulos que hay a día de hoy a todos los niveles, incluido en el mundo del videojuego, donde cada vez más nos centramos en experiencias de usar y tirar, hace muy complicado que una aventura así cale en la gente más joven de la misma forma. Además, la ausencia casi total de información que había en la época, que favorecía ese espíritu de compartir aventuras y trucos entre los jugadores que ya buscaba Miyamoto en Zelda, se ha perdido por completo en nuestra sociedad de la sobre-información. Es un tópico, pero uno de los momentos más poderosos que he vivido como jugador (aparte del retorno a Kanto al final del juego) fue ese combate final contra Rojo, contra ese entrenador mítico que representaba la culminación de tu anterior aventura, casi como un reto para superarse a uno mismo tras años desde la última entrega.

Por desgracia para mí, la saga me perdió hace mucho. Siempre que ha habido una promesa de reinicio ahí he estado para comprar el juego, pero cada vez me es más difícil sacudirme de encima la sensación de que ese juego ya no es para mí. La historia no me atrapa, las nuevas criaturas no me convencen, el rival no me gusta o las novedades se centran en aspectos que no me resultan especialmente atractivos. La aventura tiene cada vez menos importancia en pos de experiencias paralelas, como el competitivo, la crianza de criaturas o la caza de shinies; lo más parecido a la experiencia original, a la sensación de aventura y misterio de los primeros, fue el verano de Pokémon GO. La única experiencia que volvió a situar el foco en lo que realmente amo de la serie: la sensación de descubrimiento, de salir a la calle a vivir una aventura buscando nuevas criaturas con una gorra y una mochila a la espalda.
Actualmente, espero con mucha más ansia New Pokémon Snap o el posible remake de Pokémon Oro/Plata que la continuación de Pokémon Espada/Escudo. Seguiré intentando encontrar aquellas sensaciones que tanto añoro en el presente de la serie pero, al menos de momento, el pasado sigue teniendo un brillo especial; por supuesto, no niego la calidad de los juegos más actuales de la serie, ni que haya gente que pueda disfrutar con otros aspectos de la propuesta, como el competitivo. Es simplemente que no es lo que yo busco en Pokémon. Aún así, el futuro sigue siendo brillante para la serie. Con 25 años a sus espaldas, y una popularidad que no deja de crecer gracias a propuestas como Pokémon GO o el futuro Pokémon Unite, espero que dentro de unos años pueda mostrar a mi hijo o a mi hija este fantástico mundo con una entrega que signifique para ellos lo mismo que lo hizo para mí. Una ventana a un bello mundo en el que hacerse con un equipo de compañeros y entrenar juntos para ser los mejores, los mejores que habrá jamás, viviendo una aventura que nunca olviden.
Para más nostalgia de la buena, os recomiendo el estupendo repaso de mi compañero Daniel García de las cuatro primeras generaciones de los monstruos de bolsillo, desde Kanto hasta Sinnoh.